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«Camino del indio» Atahualpa Yupanqui

Argentina

Milonga - Música tradicional argentina - Zamba

1955

Odeon

Para fines de la década del cincuenta, el folklore ya había desbancado al tango en el gusto popular y llegaba a nuevas generaciones y hogares de la clase media argentina. En esos años convivía el vanguardismo del Di Tella, el éxito de El Club del Clan y el ascenso de Astor Piazzolla. El género de raíz folklórica (una música que hasta ese momento había sido el depositario de la nostalgia y el refugio para los inmigrantes internos que llegaron a Buenos Aires en distintas oleadas migratorias y que tuvieron su eclosión durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón) aparecía como la oportunidad de conectar con la identidad perdida. 

En 1955, cuando apareció el disco Camino del indio, (editado por Odeon), Atahualpa Yupanqui ya era una leyenda. Era el bardo folklórico en su máxima expresión. El recopilador riguroso que había aprendido los ritmos y las coplas de los anónimos. El hombre solitario, prendido a la magia de los caminos, que recorrió todo el país. El músico afiliado al partido comunista que fue prohibido por el peronismo. El que había nacido como Héctor Roberto Chavero en un paraje de Pergamino, provincia de Buenos Aires, en una familia humilde de trabajadores de campo, el 31 de enero de 1908. El intuitivo que descubrió un mundo en el sonido de la milonga pampeana. El sabio que en la adolescencia se rebautizó Atahualpa Yupanqui, un nombre quechua que significa “El que viene de lejos a contar”. El que maravilló a París y deslumbró a Edith Piaf.  

Este álbum reúne ocho piezas, -las primeras composiciones de Yupanqui, entre 1936 y 1954-, clásicos como “El arriero” y temas instrumentales, que anticipan la punta del iceberg de una obra con 500 composiciones. En Camino del indio, hay milongas, zambas, chacareras, huaynos, vidalas, y todo por lo que Yupanqui será canonizado con el tiempo. El sonido vibrante y misterioso de la guitarra. La voz rugosa, que transmite el mensaje ancestral de los paisajes. La alegría reservada, la melancolía del migrante, y la angustia existencial del hombre anónimo. Es el criollo y el amauta, que desde el fondo de los tiempos lanza una flecha hacia el futuro con un mensaje libre, infinito.

Gabriel Plaza