Para un artista, el hecho de que tu trabajo sobreviva y conecte con varias generaciones es un elogio que pocos reciben. De todos los cantantes de la canción romántica de los cincuenta y sesenta, Julio Jaramillo y su obra año tras año parecen crecer en reconocimiento. Es un ícono en su natal Ecuador, donde hasta el día de hoy es considerado el mejor cantante que ha producido el país. Y se ha convertido en una especie de figura de culto para aquellos de nosotros que alguna vez pasamos por una fase bohemia de escuchar boleros y valses.
Cabe preguntarse: ¿por qué Jaramillo ha tenido esta longeva póstuma carrera, y no otros cantantes de esa época? La respuesta obvia sería que su exquisita y dulce voz, (responsable de varios nacimientos, noches desconsoladas y lamentos de borrachera) cautiva a cualquiera. Pero también podría ser que la acertada elección de canciones que grabó simplemente fueron obras atemporales. O quizás sea su prolífica carrera discográfica (la que lo llevó a grabar más de 2000 canciones a lo largo de toda la región con diferentes sellos discográficos) le permitió crear una audiencia panamericana, que pasaría el fandom a su descendencia. Cualesquiera que sean las razones de su legado mítico, no se puede negar que la voz de Jaramillo ha sido un pilar fundamental de la canción romántica por décadas.
Jaramillo comenzó su carrera de cantante en un cuarteto de boleros en Guayaquil donde daba serenatas en la zona conocida como La Lagartera. Rápidamente pasaría a la radio y se hizo de una popularidad que eventualmente terminaría de gira por Ecuador y Colombia antes de cumplir los 20 años. Sin embargo, fue hasta 1956 cuando grabó el vals peruano «Fatalidad» donde su fama explotó. Éxitos como «Nuestro juramento» llevarían su fama por todo el continente, cautivando al público en todos los lugares donde se presentó. A finales de la década de 1960, Jaramillo era un nombre conocido por toda la región y sus grabaciones seguían vendiéndose bien (incluso cuando el bolero y el vals ya no estaban de moda).
Estando de gira por Colombia cuando grabaría el LP Reminiscencias y otros valses inolvidables, en 1968. En él, vuelve a grabar algunos de los exitosos clásicos que le habían convertido en la voz del dolor y el lamento. Estas grabaciones ayudan a capturar la dulce voz aún intacta de Jaramillo. Las llamativas guitarras y los oportunos arreglos de piano en «Ódiame» brindan un paisaje musical donde Jaramillo pinta un cuadro de resentimiento a través de su voz que solo alguien que ha vivido un tormento podría lograr. En «Te esperaré» Jaramillo muestra por qué lo apodaron El Ruiseñor, ya que captura el anhelo de la letra con su deliciosa cadencia. Pero es en su grabación original de «Reminiscencias» donde plasma la naturaleza corta-venas de la canción. Su voz tiene el poder de transportarnos a un episodio de nuestras vidas que nos impactó. Quizás ese sea el secreto de su eterna popularidad, nos conecta con ese amor que nunca estuvo destinado a ser pero que siempre recordaremos.