«Yo soy Santa Bárbara Bendita, tú vas a caminar el mundo por mí». Estas fueron las palabras que Celina González, la legendaria cantante cubana, escuchó a los 20 años. La aparición de Santa Bárbara, la virgen católica sincretizada con Changó, marcó un punto de inflexión en su vida.
Aquella joven campesina, reconocida por su voz evocadora, aseguró experimentar una aparición divina que impulsó su carrera musical al encontrar éxito y protección a cambio de su devoción hacia Santa Bárbara. Según la cantora, esta relación marcó el inicio de un camino hacia la fama y el reconocimiento mundial. Desde entonces, Celina González dedicó sus canciones a la santa, expresando su profunda entrega con un estilo rico y exuberante lleno de sabor. Su música se caracteriza por una ornamentación sonora y una intensa expresión grandilocuente, casi barroca, pero, simultáneamente festiva, como se puede apreciar en el álbum A Santa Bárbara (1956).
Cada canción, desde la homónima hasta «Antonia Gervasio», refleja su profundo respeto y devoción ritual. Además, el disco incluye canciones como «San Lázaro» —y, honestamente, quien no se levante a bailar con esta canción, es porque está muerto—, así como joyas dedicadas a deidades de gran influencia en la cultura latinoamericana como la «Virgen del Carmen» y «A la Caridad del Cobre». A Santa Bárbara no solo ilustra la conexión íntima de Celina con la espiritualidad y la tradición afrocubana, sino que también hace vibrar en épocas decembrinas a varios zonas obreras y burgueses de Latinoamérica con su llamado irresistible al baile, atrayendo tanto a devotos, a escépticos y a quienes descubren la magia de su música por primera vez.
Este disco no hubiera sido posible sin Reutilio Domínguez. Junto a él, su compañero artístico y sentimental, Celina González formó un dúo musical que contribuyó a la dinámica y rica historia musical cubana. Reutilio, además de ser guitarrista y cantante (segunda voz del dúo), destacaba como compositor y poseía una técnica impresionante que le permitía tocar la prima y bordonear simultáneamente, creando un sonido que daba la impresión de ser producido por un trío. Su colaboración debut en La Habana, y el pegajoso coro: «¡Que viva Changó!», de la canción homónima del álbum, fue un éxito instantáneo, que sigue haciendo vibrar hasta hoy a generaciones enteras con su ritmo contagioso.
Además de la lírica mencionada, Celina y Reutilio fusionaron la música guajira con influencias afrocubanas, manteniendo la métrica, es decir, la décima hispánica y el estilo del punto guajiro pero abordando temas del patrimonio musical africano. Su devoción por Santa Bárbara y otros santos orishas como Ochún, Babalú Ayé, Changó y Yemayá se manifestaba en letras que invocaban colectivamente protección, éxito y bendiciones divinas, bajo una atmósfera de son y guaracha.
Su música no solo conquistó las ondas radiales más prestigiosas, sino que también los llevó a escenarios exclusivos como el icónico cabaré Tropicana. El dúo incluso tuvo el honor de compartir el escenario con leyendas como Nat King Cole y Pedro Vargas. A través de sus letras, Celina y Reutilio entrelazaron narrativas intensas de la esencia de la vida rural y la santería cubana, tejiendo con sensibilidad única las costumbres y tradiciones del campesinado. Su música, enraizada en la cotidianidad, perdura como un vestigio de la riqueza cultural de Cuba, impactando profundamente en el tapiz musical latinoamericano.