En su penúltimo disco antes de su asesinato, Víctor Jara nos entrega un álbum conceptual. Es una crónica, a través de nueva canción, folclor, marchas y cuecas, de la vida en una población de Santiago, que podría ser en cualquier lugar pobre de Latinoamérica. Es la historia de un lugar y tiempo determinado, pero los protagonistas no son los que siempre salen en los libros de historia, sino los invisibilizados, a los que Víctor muestra e incluso graba para luego incluir sus experiencias en el disco.
Un ejemplo es “La toma (16 marzo 1967)” que comienza con el relato de una mujer. Es un disco que relata la pobreza, como en “Lo único que tengo” (“Y mis manos son lo único que tengo / y mis manos son mi amor y mi sustento”), que abre el disco en la voz de Isabel Parra. “Luchín” (“Si hay niños como Luchín, / que comen tierra y gusanos”) comienza con un niño recitando y está entre lo más hermoso que escribió Víctor en su carrera. Pero también hay alegría y esperanza, como en el “Hombre es un creador” y la “Marcha de los pobladores”, que cierra el disco.