Quilapayún, los creadores de ese himno internacional llamado “El pueblo unido jamás será vencido”, ya eran una agrupación destacada dentro del escenario de la nueva canción chilena y latinoamericana en 1970. Con seis álbumes editados a la fecha, incluido Canciones folklóricas de América (1968) junto a Víctor Jara, el grupo formado por Julio Carrasco y Julio Numhauser en 1965 y bajo la dirección artística de Eduardo Carrasco, comienza a grabar la Cantata Santa María de Iquique hacia finales de 1969.
Con letra y música escritas por el destacado compositor chileno Luis Advis especialmente para que las interpretara Quilapayún, y con los estremecedores relatos del actor Héctor Duvauchelle, la Cantata Santa María de Iquique se edita en el mismo año en que asume Salvador Allende como presidente de Chile, y si bien es una historia de hechos ocurridos en 1907 en el norte de Chile, es casi premonitorio de lo que ocurriría solo tres años después en todo el país.
En la Cantata se intercalan piezas instrumentales, relatos hablados sin música, y canciones, en la que cada pieza es interpretada de una forma que toca el alma y no deja indiferente a los hechos que cuenta, demandando una escucha con atención de parte del oyente, porque cada relato y canción es clave en la historia. Mezclando elementos e instrumentos folclóricos andinos, como la quena y el charango, con aquellos más propios de la música académica, como el violoncello y el contrabajo, y pensado como álbum conceptual, fue un paso adelante en el desarrollo de la nueva canción chilena y latinoamericana.
El álbum está estructurado como una historia que avanza, desde las condiciones miserables en que trabajaban los mineros del salitre en el desierto más árido del mundo, descritas en el “Relato I”: “…verán castigos humillantes / un cepo en que fijaban al obrero por días y días contra el sol / no importa si al final se iba muriendo”; pasando por la unión y decisión de ellos de reclamar con justicia por una mejor situación en el “Relato II”: “Es justo lo pedido y es tan poco / ¿tendremos que perder las esperanzas”; y en la conmovedora “Vamos mujer”: “Vamos mujer / partamos a la cuidad / Todo será distinto / no hay que dudar”; la solidaridad de otros trabajadores en el “Relato III”, pero también el miedo generado en la ciudad de Iquique por la llegada de los mineros bajando desde el desierto, en “Interludio cantado”; hasta llegar a las trágicas consecuencias de ser callados de una forma criminal por los militares en “Canción-letanía”: “Murieron tres mil seiscientos / uno tras otro”.
Aun cuando la Cantata cuenta una historia de un momento y punto geográfico específicos, es también la historia del trabajador latinoamericano, de las injusticias que ha sufrido y de las respuestas de los sectores dominantes de cada país a sus demandas. Lo anterior junto a la crudeza del relato y la fina mezcla musical hacen de ésta una obra imperecedera de la música latinoamericana.