La mujer del fin del mundo, Elza Soares, conocida por su capacidad para hacer lo que deseara con su voz —una voz oscura, áspera y potente—, dio a conocer al mundo su segundo álbum de estudio, A Bossa Negra. Originalmente lanzado en 1960 por Odeón y producido por Ismael Corrêa, este trabajo ofrece una vibrante, colorida y enérgica colección de ritmos profundamente arraigados en la cultura negra, con el acompañamiento de metales de big band. Como una bandada de golondrinas volando y llenando el verano de alegría, A Bossa Negra, expone una atmósfera fogosa y contagiosa, y se considera un clásico del sonido «samba-soul». A Bossa Negra consolidó a Elza Soares como una de las voces más destacadas de la música brasileña, donde su característica voz ronca se convirtió en su distintivo más reconocible.
Este álbum está profundamente entrelazado con la creación de una experiencia rica en significados densos y ambiguos, influenciada por sus raíces, las estructuras sociales opresivas y su devenir social; la vida de Soares es una de las historias más impactantes y, en última instancia, refleja cómo la violencia se dirige más hacia unos cuerpos que hacia otros. Creció en la extrema pobreza de una favela en Vila Vintem en Río de Janeiro, y a los 13 años, fue obligada a casarse con un hombre que la violó. Tuvo varios hijos, de los cuales dos murieron de hambre. En una vida llena de ausencias, se casó con el futbolista Garrincha, lo perdió a él debido al alcohol y las mujeres, y también perdió a su otro hijo y a su madre en accidentes de coche. Su primer matrimonio estuvo marcado por la violencia; su ex-esposo Lourdes, en una ocasión, le disparó en el brazo al sospechar que las cantantes eran prostitutas. Sin embargo, Elza se negaba a ser definida en términos fracturados, rechazando ser vista sólo a través de la mirada patriarcal. A Bossa Negra encarna una mezcla quimérica de pasión y fuego, con la contradicción de ritmos alegres y letras tristes.
La incomparable vitalidad que habita en su obra musical se refleja en canciones como «Boato» y «Cadeira Vazia». Estas piezas, que forman parte del disco, son sinónimo de su resistencia inherente, lo cual las ha llevado a alcanzar el máximo reconocimiento en las listas de éxitos en Brasil.